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miércoles, 15 de junio de 2011

LOCOMOCIÓN HUMANA EN BIPEDESTACION ERECTA


Si bien la forma de deambulación característica del homo sapiens es la marcha en bipedestación, la acuciante necesidad evolutiva de explorar y dominar el medio es tal que impulsa al niño a ejecutar otras modalidades de traslación mientras la maduración neuromotriz no permita aquella. Tales modalidades son:


• arrastre: entre el cuarto y el séptimo mes el niño, cuando permanece en decúbito prono

durante un período prolongado, intenta arrastrarse usando como primer elemento la tracción de sus brazos (con o sin el fin de alcanzar un objeto próximo); y

• gateo: ya hay intentos de gateo a partir del sexto mes, que luego se perfeccionan hacia

el octavo. Al respecto apunta que "los infantes que gatean bien siempre

mueven las extremidades contra laterales en la misma dirección y al mismo tiempo. Empero, antes de alcanzar este patrón de gateo suave y eficaz, el bebé

pasa por una etapa en la que sólo mueve un miembro por vez" (Cratty, 1982).

El logro de la postura erecta, indispensable para la deambulación en bipedestación, es resultado del progreso en el control motor, proceso que sigue estrictamente una dirección céfalo-caudal. Este progreso tiene, a su vez, para el niño, importantes consecuencias en cuanto a la posibilidad de control visual del medio, y por lo tanto en cuanto a la noción precoz de la permanencia y estabilidad de éste.


En primer término, se adquiere el dominio de la columna cervical: a los tres meses el niño sostiene la cabeza sin que se bambolee, y lo logra por períodos relativamente prolongados. Este avance le permite un mayor control visual del mundo más allá del hombro de la madre cuando ésta lo sostiene en brazos. A los seis meses es posible que el niño se mantenga sentado sin apoyo, demostrando que el control motor ha progresado a la zona dorsal. Esto supone una novedosa modalidad en las condiciones de control visual del mundo, e implica un primer cambio hacia el plano horizontal de visión, ya que antes la percepción del bebé se limitaba, la mayor parte del tiempo, a las formas que aparecían en la cuna por encima de él, y desaparecían tan inesperadamente como habían surgido de la "nada". Por fin, a los nueve meses, el control alcanza a la zona lumbar y el bebé se para con apoyo. El perfeccionamiento de esta compleja coordinación le permitirá mantenerse erecto sin sostenerse con las manos, a partir del último trimestre del primer año. Quedará entonces en condiciones de iniciar su exploración del mundo que lo rodea (convirtiéndose en un deambulador) al inicio del año siguiente. Entonces habrá adquirido el plano de visión definitivo del homo sapiens. Entre el décimo y el décimoquinto mes de vida extrauterina, el bebé comienza a moverse alrededor de los muebles que le sirven de apoyo. Finalmente, la deambulación en bipedestación -sin apoyo- se desarrollará a partir del primer trimestre del segundo año de vida.


En un principio, la marcha será una tarea consciente y voluntaria, un esfuerzo por vencer serios obstáculos físicos. Los primeros pasos se dan con los pies separados en busca de una mayor base de sustentación, con los brazos extendidos para mantener el equilibrio, con la columna vertebral tensada y recta para compensar los constantes cambios del centro de gravedad. Poco a poco, los pies se acercan a la línea media, la curvatura lumbar hará su aparición, y los brazos en aducción se coordinarán con los miembros inferiores en los típicos movimientos alternativos.


El desarrollo motor que venimos resumiendo requiere, para su logro, la maduración del sistema neuromotriz, aunque ésta no es condición suficiente del proceso. La locomoción humana no es meramente una conducta instintiva o troquelada desarrollada por el sólo hecho de la maduración fisiológica. Su evolución requiere la interacción con el medio humano, representado esencialmente por los padres. Ellos proporcionan el marco de seguridad y los estímulos necesarios para el establecimiento de este logro antropológico fundamental.


Fromm (1947) cree que "la existencia humana comienza cuando el grado de fijación instintiva de la conducta es inferior a cierto límite; cuando la adaptación a la naturaleza deja de tener carácter coercitivo; cuando la manera de obrar ya no es fijada por mecanismos hereditarios" . Este es el caso de los logros motrices, así como el de todas las conductas propiamente humanas, libres del carácter determinista y prefijado de la conducta instintiva.


El hombre nace carenciado en cuanto al posible control instintivo de la conducta que al animal le facilita una rápida y estereotipada adaptación a las situaciones vinculadas a su supervivencia. Por lo tanto, el ser humano debe aprender a discernir por sí mismo la conducta adaptativa adecuada para cada situación. La inserción del hombre en el mundo no es fija y determinada, sino un proceso creativo que debe ser desarrollado por él. Fromm (1947) llega a afirmar que "este mismo desamparo constituye la fuente de la que brota el desarrollo humano: la debilidad biológica del hombre es la condición de la cultura humana" . Tal el motivo por el que Maslow afirmaba, como hemos dicho anteriormente, que la adaptación plástica a las circunstancias es un mecanismo al que el hombre recurre sólo ante la imposibilidad de la relación creativa con la realidad. Pero aún en ese caso, la adaptación a las circunstancias ambientales no se produce nunca a través de una conducta instintivamente prefijada, sino que es proporcionada por el condicionamiento resultante del carácter social, cuya génesis, descripta por Fromm, volveremos a encontrar en el capítulo VI. Adelantemos sin embargo aquí que dicho carácter social es reflejo del moldeamiento de la energía humana -pensamientos, deseos y acciones- por efecto de las circunstancias sociales e históricas. Como tal, proporciona un ajuste relativamente fijo a éstas, pero aún así se trata de un concepto más dinámico y modificable que el de instinto.


El desarrollo de los logros antropológicos fundamentales encuentra su precondición básica en la aludida debilidad de la adaptación instintiva al ambiente. Por este mismo motivo el infante humano necesita un medio contenedor que le proporcione la seguridad respecto de las necesidades básicas que él aún no puede solventar. Este medio facilitador es el clima de seguridad (y por consiguiente de libertad respecto de las necesidades más acuciantes) provisto por sus padres. Es que el hombre es hombre precisamente en tanto decide, en cuanto puede hacer uso de su libertad dentro del marco de los inevitables condicionamientos. Y el proceso de logro de la libertad humana, tanto ontogenética como filogenéticamente, es un largo camino de desarrollo y aprendizaje que sólo se lleva a cabo dentro de ciertas condiciones favorecedoras fundamentales. Una de ellas es la protección relativa (durante el período de la niñez), frente a lo imperioso de las pulsiones que no pueden ser satisfechas, como en el animal, mediante conductas prefijadas. Es por ello que el niño pasa un tiempo prolongado en una extrema dependencia con respecto a sus progenitores. Esta dependencia es mucho mayor y más prolongada que la observable en cualquier especie animal, y le permite al pequeño un largo periodo de juego, que lo conduce finalmente a la posibilidad de enfrentarse al mundo como ser separado del mismo y en relación creativa con él. Precisamente este es, según Fromm, el dilema fundamental del hombre: que al saberse separado, y por lo tanto solo e indefenso, debe ser capaz de reconstituir su unidad perdida con el mundo en otro plano existencial. Ya no unido al mundo en forma indiferenciada como el animal (o hasta cierto punto como el bebé humano en etapa de simbiosis), sino mediante el despliegue de sus capacidades creativas que lo vinculan a la realidad sin renunciar por ello a su individualidad.


Esta problemática característica del nivel humano de organización de la materia -lo que Fromm llama la separatidad-, se hace presente ontogenéticamente cuando, a través del logro motriz representado por la locomoción, el niño se diferencia del cuerpo de la madre, estableciendo un nuevo tipo de vínculo con ella, y alcanzando un desarrollo funcional de los aspectos autónomos del Yo.


La deambulación autónoma constituye por lo tanto el punto culminante de la conciencia de separación, que había comenzado con lo que Mahler (1975) llamó "la ruptura del cascarón". Por esa razón este logro adquiere una importancia evolutiva tal que ha llevado a la autora citada a decir, con respecto a la locomoción vertical libre y a la inteligencia representativa -en el sentido de Piaget- que "constituyen los parteros del nacimiento psicológico" .


Esa conciencia de separación es el campo específico del conflicto ambivalente de este período, marcado por el deseo del reencuentro que subyace a toda exploración ambulatoria, frente al temor de ser reabsorbido por la madre en una nueva unidad simbiótica que destruiría su individualidad.


La dimensión del conflicto enfrentado por el niño se percibe con mayor precisión en la perspectiva filogenética de Fromm (1941), quien, refiriéndose al hombre primitivo y a sus descendientes, dice que "una vez que hayan sido cortados los vínculos primarios que proporcionaban seguridad al individuo, una vez que éste, como entidad completamente separada, debe enfrentar al mundo exterior, se le abren dos distintos caminos para superar el insoportable estado de soledad e impotencia del que forzosamente debe salir. Siguiendo uno de ellos, estará en condiciones de progresar hacia la libertad positiva; puede establecer espontáneamente su conexión con el mundo en el amor y el trabajo, en la expresión genuina de sus facultades emocionales sensitivas e intelectuales; de este modo volverá a unirse con la humanidad, con la naturaleza y consigo mismo, sin despojarse de la integridad de su Yo individual. E1 otro camino que se le ofrece es el de retroceder, abandonar su libertad y tratar de superar la soledad eliminando la brecha que se ha abierto entre su personalidad individual y el mundo" .


Algo más adelante podremos comprender mejor el papel jugado por la adquisición de la marcha erecta, será cuando la consideremos en su entrecruzamiento con otros logros.

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